El síndrome de la silla vacía en América Latina

La ausencia al debate televisado del candidato oficialista a la presidencia de Argentina, Daniel Scioli, revive el debate de los desplantes a la ciudadanía de los que aspiran a altas dignidades en la región.

La imagen sigue viva en la mente de muchos argentinos: el peronista Carlos Menem, que lideraba las encuestas, faltó a una discusión con su rival más cercano, el radical Eduardo Angeloz, en el programa de televisión Tiempo Nuevo. La pantalla quedó partida en dos: a la derecha se veía a Angeloz y a la izquierda, un espacio vacío en el que sólo resaltaba un cartel con el nombre del ausente. Cinco días después, Menem ganó las presidenciales y logró quedarse en la Casa Rosada durante los siguientes 10 años. Ese hecho pasó a la historia política argentina como “La silla vacía”. Era mayo de 1989.

Veintiséis años después, el libreto de aquel episodio parece haberse calcado. El pasado 4 de octubre, el candidato kirchnerista por el Frente para la Victoria, Daniel Scioli, se negó a asistir al primer debate presidencial en la historia de ese país desde el regreso de la democracia (1983). Sin embargo, Scioli sigue liderando las encuestas y es altamente posible que llegue a la Casa Rosada (en las primarias obtuvo el 38% de los votos y para ganar en primera vuelta en Argentina sólo es necesario llegar al 40%, con 10 puntos de ventaja sobre el segundo).

Una nueva silla vacía. Un atril, para ser más exactos. Pero el mismo síndrome. El de un desplante a uno de los mecanismos de las democracias modernas para que los ciudadanos tengan más y mejores herramientas para tomar una decisión, para que lleguen más informados a las urnas.

El gesto del actual gobernador de la provincia de Buenos Aires fue duramente criticado por sus rivales. Mientras uno (Mauricio Macri, líder de la oposición) aseguraba que era una muestra de que el candidato oficialista no es más sino una ficha de la actual presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, que muchos creen sería quien realmente detentaría el poder de llegar Scioli a la Casa Rosada; otra (Margarita Stolbizer), se quejaba de la falta de respeto de este último y de lo difícil que es hablarle a un fantasma escondido tras un atril, y uno más (Sergio Massa, tercero en las encuestas) le lanzaba pullas venenosas y directas del estilo: “Quien no tiene huevos para debatir, menos será capaz de gobernar”.

Pero Scioli está convencido de que era más lo que perdía asistiendo que dejando la silla vacía. “Hablan mucho de debates, pero nosotros debatimos todos los días en reuniones con todos los sectores, con los votantes argentinos”, aseguró a la prensa de su país días después del fallido encuentro con sus rivales. La misma respuesta que dieron Menem y su equipo, qué curioso, en 1989. Entonces, los peronistas argumentaron que las verdaderas sillas vacías eran las de los debates que el partido opositor (radicalismo) no era capaz de dar con los trabajadores, los maestros, los estudiantes, los empresarios y otros sectores de la sociedad argentina.

Se dice que el veto del kirchnerismo al evento llegó al extremo de que la televisión pública decidió no ofrecerlo y programar, en su lugar, el vendedor partido Independiente-River. Aunque si realmente querían invisibilizarlo, lo más probable es que les haya salido el tiro por la culata.

Organizado por un grupo de ONG, periodistas y empresarios, a pesar de que el formato no permitía contrapreguntas ni cruces entre los candidatos, tuvo una amplia repercusión en las redes sociales y registró un rating muy alto para la hora en la que fue transmitido y sus rivales de audiencia: lo vieron más de 2 millones de personas y el hashtag #ArgentinaDebate produjo más de un millón de tuits y fue tendencia global durante más de una hora.

Argentina sigue siendo el único gran país de América Latina en el que los debates electorales no están institucionalizados, en el que son la excepción y no la regla. De ahí que los reflectores se hayan puesto sobre el que se realizó hace unos días en la Universidad de Buenos Aires. En naciones como Brasil y México se realizan debates televisados desde los años 70 (el primer debate presidencial televisado de la historia se realizó en Estados Unidos en 1960, entre Kennedy y Nixon). Luego vinieron Colombia, Chile, Perú, Venezuela, Ecuador, Uruguay y Costa Rica, entre otros. Y hoy, se realizan no sólo con ocasión de unas elecciones presidenciales, sino también regionales, municipales y locales. En Perú, por ejemplo, se sabe que para las regionales de 2010 se realizaron 37 debates en todo el territorio nacional.

Casi siempre, los debates electorales en América Latina nacen de la iniciativa de los medios de comunicación privados. ¿Cuánto de bueno y cuánto de malo tiene eso? Aún estamos discutiéndolo. Colombia es uno de los países de la región donde la responsabilidad de hacerlos ha recaído casi que de manera exclusiva en los medios privados, aliados sólo por estos eventos específicos. La constante es que suelen invitar a los candidatos con mayor intención de voto en las encuestas, lo que para el resto es una discriminación pues no tienen las mismas herramientas de difusión de sus programas e ideas y quedan en condiciones muy desiguales de dar la pelea. Sin embargo, el Consejo Nacional Electoral acaba de obligar a los medios a que les den espacio a todos los candidatos en sus debates, con miras a las elecciones regionales, municipales y locales que se llevarán a cabo el 25 de octubre, el mismo día que las presidenciales en Argentina.

Aunque eso no blinda al país de sufrir el síndrome de la silla vacía. Hace unos días, el candidato más opcionado para ganar la Alcaldía de Bogotá dejó plantados a sus rivales y a los ciudadanos en un debate organizado por el canal público de la capital colombiana, lo que le valió durísimas críticas.

En Brasil y en México también ha habido sillas vacías. En 1994 y 1998 fue Fernando Henrique Cardoso quien decidió no asistir a los debates, mientras en 2006 el protagonista fue el popular Lula da Silva, que tal vez pensando que ponía en riesgo su abultada ventaja sobre el resto de los candidatos, optó por ausentarse. Y en 2006, en México, Manuel López Obrador, quien lideraba las encuestas, decidió no asistir al debate de la primera vuelta. Contrariando lo que ocurre en la mayoría de esos casos en el continente, su jugada le salió muy cara porque la Presidencia la terminó ganando Felipe Calderón, aunque en unas elecciones bastante reñidas y controversiales.

En Chile, además de que los organizan medios privados y estatales, en el 2009 uno de los presidenciales fue iniciativa del Encuentro Nacional de Empresarios (ENADE) y en el evento se registraron no una sino varias sillas vacías: fueron invitados todos los candidatos pero sólo asistieron dos: Sebastián Piñera y Marco Enríquez-Ominami.

Y aquí entra a escena un nuevo actor, cada vez más importante en la política latinoamericana: el canal CNN en Español, que tanto en El Salvador como en Guatemala no sólo ha transmitido los debates y definido las reglas del juego de los mismos, sino que, para el caso del último, ha puesto incluso a los moderadores.

El caso de Uruguay es interesante porque se habla hoy de su desarrollo y estabilidad política, se lo pone como ejemplo entre las democracias de América Latina, pero allí un mismo candidato, Tabaré Vásquez, del Frente Amplio, no tuvo ningún problema en dejar la silla vacía de un debate en dos elecciones seguidas: 1999 y 2004. Y cinco años después, el único debate presidencial que se llevó a cabo no contó con la participación de los dos candidatos principales: José Mujica (también del Frente Amplio) y Luis Alberto Lacalle (del histórico Partido Nacional).

Bolivia, Ecuador y Venezuela comparten la particularidad de que cortaron con esa tradición desde que uno de los candidatos es el mismo presidente. En Venezuela, por ejemplo, los últimos debates presidenciales se realizaron en 1998, y en ellos participó el entonces candidato Hugo Chávez. Su argumento para desdeñar de los siguientes era que ningún candidato estaba a su altura moral, ética y política.

Para algunos, los debates electorales pueden no sumar a la calidad y consolidación de una democracia pues se preocupan más por las formas de la política que por el fondo -tanto es así, que muchos candidatos participan sólo según quien los organice- y tampoco suman porque tienen poco impacto en el voto, dado que gracias a ellos lo que hacen la mayoría de los votantes es ratificar sus preferencias previas.

Sin embargo, es claro que también le dan mayor legitimidad a una democracia, al basarse en discusiones plurales y abiertas en las que los candidatos se exponen ante sus electores. Aun así, los kirchneristas están convencidos de que esto del debate sólo le interesa a una reducida porción de la sociedad argentina. Tal vez por eso se especula con que Scioli ni siquiera vio el que se realizó el 4 de octubre y a la misma hora estaba disfrutando de un concierto de rock en el mítico Luna Park de Buenos Aires.

¿Repetirá Scioli la historia de Menem en 1989 y logrará llegar a la Presidencia de Argentina, a pesar de haber dejado la silla vacía?
¿Por qué todavía muchos candidatos se niegan a rendir cuentas y a exponerse antes sus electores en América Latina?
¿Es eso un desplante a la ciudadanía?