La ley del monte
Julio García Agapito, Perú
Usmilde Rosambite y sus hijos, clama justicia en el crimen de su marido.
La última vez que se escuchó a Julio García Agapito, teniente gobernador de la población Alerta en Perú, fue cuando ordenó al único policía que lo acompañaba que interceptara un camión cargado con 34 piezas aserradas de caoba que huía desconociendo su autoridad. Eran las 6 de la tarde del martes 26 de febrero de 2008. El pueblo de Alerta estaba sin luz y el atardecer de la selva se vislumbraba entre las rendijas de la construcción de tablas en la que quedaba la oficina de García.

El episodio había causado gran revuelo pues el camión con la madera ilegal estuvo un buen rato detenido. La algarabía de la gente crecía en la medida en que aumentaban los reclamos de los comerciantes ilegales exigiendo que se les dejara pasar. En incidentes como estos era común que ofrecieran dádivas que García no aceptaba. Ese día, cuando los comerciantes se dieron a la huída y el policía los perseguía, García se sentó a escribir un informe sobre lo sucedido.

En esas, según relata hoy la gente del pueblo, entró al despacho uno de los dueños de la madera incautada, desenfundó su arma y al frente del puñado de funcionarios y curiosos que aún quedaban le disparó seis balas en la cabeza. García no alcanzó a musitar palabra alguna. Luego el asesino se acercó y, a sangre fría descargó dos más en su boca, para rematarlo. Salió y ninguno de los pobladores, petrificados del terror, pudo hacer algo para atajar al asesino que tranquilamente salió como si nada hubiera sucedido. Supuestamente huyó hacia Bolivia.

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Ese día García había estado en la madrugada en Iñapari, un poblado fronterizo con Brasil que ahora gracias a la carretera queda a una hora de camino pero que antes tomaba casi un día. Salió con su esposa Usmilda Rosambite. Ella recuerda que llovía. Su marido había viajado allá para supervisar el material de las próximas elecciones. Era una de las responsabilidades de su trabajo voluntario como Teniente Gobernador, una posición que en Perú equivale a un representante directo del Presidente de la República. Sobrevivía de la venta de nuez del Brasil que recolectaba de una siembra que había conseguido que se la concesionaran pues su servicio público era ad-honorem. Almorzaron en el mercado en el pueblo de Iberia.

Durante el trayecto, recuerda su viuda con quien vivió 14 años, conversaron sobre los planes para sus tres hijos e iban y venían temas que él llevaba con su permanente alegría, sobre deporte y sobre su actividad como autoridad, sobre la importancia de conservar el medio ambiente y lo difícil que era hacerlo en un lugar que sobrevivía de la tala ilegal. Esto era de lo que más solían conversar. Por eso ya venía acumulado varias enemistades, tanto que cinco meses atrás había denunciado amenazas contra su vida. Pero ninguna autoridad lo protegió, pese a su dignidad.

"Siempre estaba mirando al futuro, de que si ahora depredamos, talamos, arrasamos con todo. Él siempre decía eso ¿Qué nos espera? Le gustaba eso porque leía bastante, siempre estaba inmerso en esas cosas" recuerda Usmilda. Miller, su hijo mayor dice que cuando salían a recoger castaña él siempre les advertía: "Si tumbas un árbol, tienes que sembrar tres".

Para el padre de la comunidad, René Salízar, los problemas de García vinieron cuando "se empeñó en hacer cumplir la ley. Había conflicto entre bolivianos y peruanos porque éstos últimos se sacaban la madera del otro país, y Julio empezó a poner un puesto de vigilancia, pero prácticamente se quedó solo".

Después del crimen la situación de zozobra para Usmilda fue imposible en Alerta y se trasladó a Puerto Maldonado. Hoy vive con sus dos pequeñas hijas en la pieza de una pensión, subsiste de algunos trabajos menores y educa a las dos niñas menores con la ayuda de su hijo mayor. Por el tipo de trabajo que hacía su marido ella está exigiéndole al Estado que le reconozca una pensión. En el pueblo se la autorizaron, pero en Lima la negaron.

También clama por justicia, pues pasan los años y no capturan al asesino que todo el mundo vió. Las autoridades le suministraron su foto y le piden que se reúnan cada tanto para evitar que caduque la orden de captura en su contra. Lo increíble es que mientras las autoridades no dan con su paradero, habitantes del pueblo, y ellos mismos se han encontrado de frente con el asesino en varias oportunidades. "No está escondido en Bolivia como nos dijeron, se la pasa en la ciudad, nosotros lo hemos visto", dicen con evidente indignación.

El diario estadounidense The New York Times reseñó la muerte de Julio García. Su historia tenía similitudes con la del brasilero "Chico" Mendez, el líder siringuero (extactores de látex natural) que fue asesinado en su lucha por preservar su actividad y conservar el medio ambiente, ante el embate de los ganaderos por arrasar con la selva del otro lado de la frontera. Esto sucedió 20 años atrás, a pocos kilometros de dónde vivía García. Sin duda el lider peruano no tenía el mismo peso político.

Para su familia el más grato homenaje, y quizas el único, fue un campeonato de fútbol en su memoria organizado por el Club Master de Iñaparí, que él ayudó a fundar. Hoy se preguntan qué clase de progreso es el que ha traído la carretera, cuando ni siquiera llega la justicia, y los trámites burocráticos demoran tanto como cuando no había comunicación.

Cuando lo mataron, dijo una coterránea que fue compañera de trabajo de García, "se tranquilizó todo como por un mes, luego no pasa nada, siguen las cosas igual". Julio García pagó un costo demasiado alto para sólo un mes de normalidad.